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Todos somos seres sociales. Vivimos en compañía, primero de nuestros padres, y luego, de nuestros hijos y de nuestra pareja. Nadie dudaría en afirmar que tener vínculos cercanos es positivo, porque nos acompañan y nos ayudan a transitar los asuntos y los acontecimientos que se suceden en nuestra vida. Ahora, ¿qué pasa en una familia cuando los hijos abandonan el hogar para emprender su propia vida? Las energías que hacen falta para llevar a cabo la tarea de ser padres de pronto no encuentran un espacio y esta ausencia nos desorienta. La psicóloga Patricia Gubbay de Hanono nos explica de qué se trata el síndrome del nido vacío.

Cuando los hijos se van del hogar, empezamos a sentir que algo nos falta, tenemos más tiempo libre y no podemos, al principio, enfocarnos en ninguna tarea específica. Entonces mucho de nuestro tiempo está dedicado a elaborar o procesar esta nueva condición. Todo esto nos ocurre (años más, años menos) en la mitad de la vida , cuando se supone que tenemos muchas herramientas para hacerle frente a las situaciones de cambio. Aún así, atravesar ese período requiere de otras habilidades emocionales que no siempre tenemos disponibles.

“Los seres humanos reaccionamos de distinta manera frente a las mismas situaciones. Por eso, muchos pueden sentir alivio y alegría por la tarea cumplida, porque al fin y al cabo el irse de la casa es parte del crecimiento. Pero también es natural que sientan ansiedad y tristeza frente a la pérdida de las rutinas y de ciertos encuentros que hacían cálido el hogar”, cuenta Gubbay.

Cuando los sentimientos de tristeza invaden nuestro ser, sometiéndolo a un dejarse estar y a una inmovilidad emocional, podemos hablar de depresión. En estas condiciones, muchas veces, la persona se siente sin vitalidad, sin ganas de hacer cosas, sin saber de qué manera comunicarse con los hijos desde ese nuevo lugar. Gubbay aclara que este es el momento adecuado para hacer una consulta psicológica.

“El terapeuta evaluará la severidad de los síntomas y qué consecuencias negativas le han traído a su vida. El espacio de terapia funciona como un espacio seguro para hablar de los miedos, ansiedades, tristeza, culpa, desolación, enojo y desamparo. Allí se decide cuáles son las mejores estrategias para empezar a elaborar ese duelo que se ha convertido en patológico”, explica Gubbay.

En cuanto a la prevención es importante advertirle sobre todo a la mujer que debe tener sus propios espacios de interés y metas para que en un futuro su realidad sea rica en sentimientos y sensaciones, aún cuando los hijos dejen el hogar. Una vida activa compensa las pérdidas que indefectiblemente se producen durante el transcurso de la vida. “La educación de los hijos durante la etapa de la infancia y la adolescencia demanda tanta energía y tiempo, que es muy natural el vacío que sienten las mujeres cuando los hijos ya no están”.

Y en la pareja, ¿qué sucede?
Sin generalizar, se puede decir que hay hábitos dentro de la pareja que se ven modificados una vez que los hijos se van del hogar, como el de comer a solas, las salidas de los fines de semana o el hecho de compartir el espacio de la casa con nuevas estrategias. Frente a esto, “debemos pensar que la vida es cambio y que hay nuevas oportunidades para desarrollar actividades para las que antes no había tiempo”, incentiva Gubbay.

Cuando no hay acuerdo en que este es un proceso a veces doloroso y los miembros de la pareja están alejados entre sí, llegando al extremo de no tener conversaciones, puede que aparezca la necesidad de la separación. Gubbay aclara que esto ocurre porque ambos no se han tomado el trabajo de revitalizar la relación afectiva. Se encuentran entonces como dos extraños sin el deseo de compartir nuevas metas y la vida cotidiana se hace insostenible.

En el caso de padres separados o viudos, la situación es un poco más complicada, ya que pueden aparecer en los hijos sentimientos de culpa por dejarlos solos, y pueden surgir pensamientos acerca de cómo se va a arreglar el padre o la madre una vez que ellos ya no estén.

“De todas maneras, hoy en día hay más educación emocional y los sentimientos se pueden poner en palabras con mayor facilidad. Los terapeutas curan mediante la palabra, a través del consejo y de la sana escucha. Antes, los sentimientos se ocultaban, las necesidades se reprimían y no había lugar para poder elaborar la pérdida de la compañía de alguien en el espacio cotidiano”, concluye Gubbay.

Tomar la decisión de partir
Respecto a los hijos, cada vez es más frecuente que dejen el hogar de sus padres a edades más avanzadas. No hace muchos años atrás, las parejas se casaban y tenían hijos entre los 20 y 25 años. En cambio, ahora es moneda corriente que los jóvenes se casen alrededor de los 30 o 35 años.

Gubbay explica que esto sucede por varios motivos. En primer término, independizarse económicamente de los padres es muy difícil, ya que los sueldos para quien comienza su vida adulta, en general, son insuficientes. Muchas veces los padres deben colaborar con la economía de sus hijos, a pesar de haber dejado el hogar paterno.

Otra causa puede ser la expectativa de vida, la cual se prolonga cada vez más. Esto le da a los jóvenes la idea de tener más tiempo para comenzar con su vida adulta de pareja y familia. Las mujeres, por su lado, eligen su independencia: tener una carrera universitaria o cualquier otro proyecto individual para crecer y desarrollarse profesionalmente. La idea de ser sólo esposas y madres ya no es a lo que aspiran, según Gubbay.

“También he escuchado a muchos jóvenes decir que no quieren ser como sus padres que vivieron para trabajar. Ellos quieren trabajar para vivir, defienden sus espacios de esparcimiento, el deporte y las reuniones con amigos. Eso hace que no estén tan dispuestos a renunciar a esta forma de vida a edad tan temprana. Prefieren quedarse en casa de sus padres antes de asumir la responsabilidad de tener una pareja e hijos”, agrega.

La situación inversa es cuando los padres colaboran, muchas veces sin darse cuenta, a que los hijos no se vayan del hogar. “En general, los padres ansiosos que temen por el futuro de sus hijos y no confían en que estos puedan desenvolverse con autonomía, no los alientan a desplegar sus alas. Si los hijos son inseguros y no confían en sus propios recursos es probable que tarden más tiempo en armar su propia historia. La conducta de los padres condiciona necesariamente a la de los hijos”.

Por eso, es preciso alentar a nuestros hijos a independizarse cuando estén preparados, sin retenerlos por el miedo que nos puede provocar verlos partir y separarse de nosotros. A algunos padres los asusta la idea de quedarse solos, porque también los enfrenta con el paso del tiempo y el comienzo de otra etapa de la vida.

Consejos para todos
Los padres que se encuentran atravesando la situación del nido vacío no deben tenerle miedo a sus sentimientos. El hecho de que los hijos se vayan del hogar produce sentimientos diversos como:
• Ansiedad por el futuro, tanto el de ellos como el de los hijos.
• Tristeza, porque hay una situación que ya no está más.
• Alegría, por el deber cumplido.
• Alivio, por no tener tantas responsabilidades.
• Enojo, en el caso de que los hijos no se vayan en las condiciones que los padres hubieran deseado o por la dificultad de tener que aceptar el paso del tiempo.
• Ternura, al ver a los hijos dar sus primeros pasos fuera del hogar.

Todos estos sentimientos son normales y pasajeros. Sólo cuando duran más tiempo de lo previsto para estas situaciones y se vuelven tan intensos que afectan la calidad de vida de quienes los padecen, es recomendable consultar con un especialista que pueda acompañar y ayudar a atravesar esa etapa con menos sufrimiento.

Por su parte, los hijos no deben desesperarse si ven a sus padres angustiados y tienen que dejarlos transitar esa etapa.  Las emociones, en general, empiezan y terminan. “Luego de un tiempo, la tristeza se va y otras metas pueden aparecer en su horizonte. Habrá más tiempo disponible o más dinero para las cosas que alguna vez desearon y que ahora pueden cumplir, como viajar o simplemente darse algunos gustos. Otras parejas pueden reencontrarse, si son lo suficientemente creativos y vitales”, explica Gubbay. Los hijos pueden acompañarlos en el proceso, motivándolos a hacer cosas nuevas y haciéndoles saber que, aunque ellos remonten vuelo, esto no implica abandonarlos sino vincularse desde otro lugar.

Para Gubbay, algo que puede ser de mucha ayuda, tanto para los padres como para los hijos, es preguntarse cómo han atravesado otras situaciones de cambio en el pasado. Si las han vivido sin muchos inconvenientes es probable que a esta la resuelvan de igual manera. Por el contrario, si todas las etapas de cambio han sido problemáticas, puede repetirse el mismo patrón. En este caso, lo más aconsejable es realizar una consulta con un profesional de la salud mental para poder atravesar el síndrome del nido vacío sin tanto costo emocional.

Crecer es importante y este es un momento de crecimiento tanto para los hijos como para los padres. ¡Juntos, como siempre, todo se puede superar!

 

Asesoró en esta nota: Patricia Gubbay de Hanono. Psicóloga UBA. M.N. 18.120. 

Asesoró en esta nota: Patricia Gubbay de Hanono. Psicóloga UBA. M.N. 18.120. Directora de Hemera. Centro de estudios del estrés y la ansiedad. www.hemera.com.ar.
 
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